
Fue de boca de Mayte Martín, en su curso “Descubre los palos del flamenco”, que escuché el término “paisaje emocional” por primera vez.
Me enamoré de la idea, la hago mía, la estiro como un chicle al que aderezo con imaginación y buena voluntad, y te presento mi teoría sobre el paisaje emocional.
Un escritor escribe un libro, allí lo tienes, para cuando quieras leerlo. Del tirón o cuatro páginas al día.
Un disco, si es que aún se le puede llamar así, descansa en tu Usb, o en el Spotify, para que lo escuches en el momento que puedas y te apetezca.
Una película.
Una escultura.
Todo está.
Todo te espera.
Dialogas con la pieza, con el cachito de arte que alguien parió para tí, para todas.
Y al hacerlo, algo se agita en tu interior.
Quizá te ayude a conocerte mejor, o a conocer mejor a las demás.
Quizás sea “sólo” placer, quizás evasión.
¿Y en un tablao, donde todo sucede en directo?
Aquí no puedes cerrar la tapas, poner el pause, pasar de largo.
Los tablaos no tienen telón.
Pero cuando suena la primera nota, se abre uno en mi corazón que me muestra un lugar mágico al que sólo puedo acceder a través del arte.
La puesta en escena, los diferentes instrumentos, por qué tocan en ese tono, por qué esa melodía, de dónde viene el ritmo…
Como si de una obra de teatro se tratara, sus gestos, sus pausas y sus letras me invitan a recorrer un cuadro, un paisaje que me lleva de paseo por mis emociones.
Voy de su mano mientras transitamos el dolor, la alegría, el desgarro y la fiesta.
No nos detenemos en nada, lo rozamos, nos metemos de lleno y seguimos, el paisaje es grande, el marco amplio, hemos venido a buscar espacio para lo que sentimos y aquí lo encontramos.
La música me arropa y me embriaga, la bailaora se muestra: “Mírame, esto nos une. Todas sabemos del amor, de la espera, de la ilusión y el drama. De la vida y sus sorpresas, del saberse humano y seguir andando, porque esto no hay quien lo pare”, me dice con su baile.
Este paisaje que pintan ante mi y que me invitan a compartir, tiene un orden.
Como todo ritual, esconde un uso perfecto del espacio y del tiempo, del ritmo y lo que en él sucede.
Digo esconde, pero no está escondido.
Sólo hay que saber interpretarlo.
“La estructura y la función están directamente relacionadas” es una de las máximas de la osteopatía.
Por eso nuestra estructura quiso que los brazos colgaran de los hombros, pues si nos salieran de la columna vertebral, no sabríamos de qué es el yogurt que sacamos (de espaldas) de la nevera.
Tiene su lógica ¿verdad?
Por eso las orejas están a ambos lados del cráneo, pudiendo, fíjate tú, haber crecido en las axilas.
O las manos tienen cinco dedos cada una, en lugar de una dos y la otra ocho.
Paro, que me embalo y pierdo la estructura del artículo (demasiados ejemplos lo harían demasiado largo), y con ello su función, (explicarte de forma amena la estructura del baile)
La función del arte, la meta que busca en tu vida es una sola: Estremecerte.
Estremecerte al recordar tu condición de persona sintiente y pensante que no está sola en el mundo.
La estructura del arte y por ende del tablao, está al servicio de esta función.
Vamos a verlo.
Primero unos acordes, que inundan la sala como un aroma.
¿Es soleá y lloraremos?
¿Nos vamos a Cádiz por alegrías?
¿Suenan unos tangos y su llamada a la fiesta?
Se suman las palmas y el cante.
Un escalofrío nos advierte que esto se pone en marcha, y nuestro corazón se relame como un gato delante de una sardina.
Sale la bailaora, puede que andando felina, puede que se levante de la silla.
“Aquí estoy y así me presento ante ti, como sacerdotisa que oficia el rito de llevarte a un mundo irracional, curativo y lleno de sentido”.
La llamada, la potencia, la demostración de su fuerza, que hace que nos entreguemos a lo que en el escenario está pasando.
Se suceden las letras, los giros, los desplantes.
Entre letras, las falsetas de la guitarra son un vaso de agua fresca.
Agradecemos la tregua para integrar lo que en el escenario, y en nuestro interior, va sucediendo.
La escobilla, el virtuosismo.
¡Qué hipnótico resulta dejarse llevar por los el sonido de esos zapatos!
¡Qué tentación intentar seguirlos con la vista y descifrar cada movimiento!
Y para finalizar, las letras de salida, normalmente por bulerías.
La velocidad aumenta.
Se repite machaconamente una letra.
Se produce la catarsis.
Todo es una fiesta.
Todo es de color.
Estás aquí y por el hecho de sentirlo, formas parte de esto.
Los aplausos.
Se acabó la actuación, pero no sus efectos.
La euforia, el descubrirte reflexiva, impactada y pletórica.
¡Cuántas cosas se movieron en tu interior!
Bien, eso significa que la fórmula ha vuelto a funcionar.
Una fórmula en la que no hay nada casual, pero que no todo el mundo conoce o enseña.
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Si sientes que a tu baile le falta sentido.
Si lo vives como una sucesión de movimientos sin poesía, o desconoces la actitud de cada paso, quizá te interesen nuestros cursos online.
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Porque nadie nace enseñado, ni bailando, ni contando a compás, pero todas podemos aprenderlo de forma fácil y divertida.
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